La
soledad es inmensa en la casa y el pesar de las horas cae a plomo
sobre la existencia del ser. Hedor a humano desvalido y obscuro. En
la sombra hay monstruos, y se proyecta en cada rincón del espacio
otrora vivo, ahora muerto.
Decaen
los gigantes sueños de virtud, renacen los viejos miedos. Y con poco
te hundes en la muerte en vida por no saber blandir la existencia en
este tiempo que se te ha dado. Desánimo e imperfección infinitas
bajo el orbe de la soledad que grita.
El
silencio hace daño, blande en la carne del alma sus
cuchillas de hielo seco y frío. Ahóganse los gritos del fondo bajo
las olas del mar bravío interno. Hoy, todavía, la primavera no ha
entrado por la puerta, se arraiga a mi lado un invierno eterno.
He roto todos los
espejos, he tirado la cubertería. No puedo mirarme a los ojos,
porque solo veo el vacío, la nada de Atreyu avanzando ferozmente
desde el umbral sombrío que hay después del alma.
El canto de los pájaros
taladra mis oídos y la luz del sol me quema las entrañas. Eso está
significando que me acostumbro a la oscuridad, a la noche sin luna ni
estrellas, al ocaso de mi espíritu, que me abandona en cada aliento
que exhalo.
Regreso a Benedetti, a
Neruda y a Sábato. Busco aplacar la feroz bestia que me aferra con
fuerza a la negror. Me grito para dentro: “No te rindas, por favor
no cedas”, pero me abandonan las fuerzas. Miro en la noche y veo
como “tiritan, azules, los astros a lo lejos”; me doy cuenta de
que yo también “puedo escribir los versos más tristes esta
noche”.
Me derrumbo en la cama,
llego a ella en sopor y adormecido. Bebo de mi mismo las aguas del
sueño, el de los justos y los injustos. Me acurruco a mi lado,
sorteando lo frío del lecho. No hay ruidos, no hay luz, solo se oye
la nada. Me hundo en mis sueños, profundo, hondo. Mi último
pensamiento: “¿Y si no despierto?”.
IG.
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